miércoles, 8 de abril de 2009

Un paréntesis

LITERATURA HOY
por Bolívar Lucio

Introducción

Cada generación, embebida de la novedad de su propio ritmo, cree, con razón o sin ella, porque eso también es relativo, que ha superado a la anterior.

Algo que, por lo demás, es comprensible si admitimos que casi siempre la experiencia vivida se siente con una intensidad que no se compara con la vivencia de la generación precedente. De ella, de esa vivencia, tenemos noticia porque leemos o escuchamos un testimonio y es solo tan fuerte como la imaginamos. Quiero decir que aunque esa vivencia haya sido la guerra o el hambre, para nosotros solo es la anécdota que reconstruimos.

Creo, entonces, que no podemos asumir sin miramientos esa idea por la que la línea del tiempo es progresiva; es decir, que nos largamos en una cadena de perfeccionamiento que paulatinamente deja el pasado atrás, cuando el pasado ni siquiera ha pasado sino que se reinventa, renace, para que siga con vida cualquier proceso que se puede llamar creativo.

Una sucesión, por sí misma, no es positiva ni gradual; quiero decir que lo que se hizo, solo si no queremos ver, puede verse como si fuera primitivo.


Cadena, Transtextos

Me dijo algo que sugirió que esos textos, publicados hace apenas dos años, ya tenían la marca del pasado. Lo comprendo, le pasa a todos los autores: no quieren repetirse y cualquiera piensa que se supera a sí mismo; cuando, por el contrario, la vida de los que escriben se resume en repetir el mismo libro siempre.

Esto no quiere decir que no encuentre novedad. Los textos de Cadena, son una Literatura de ideas antes de que personajes. Si ellos existen es porque son los seres que piensan esas ideas. El efecto de su drama nos alcanza gracias a una línea tangencial.

Eso que no es un golpe a boca de jarro, es reemplazado por una trama, resuelta talvez desde las primeras líneas. Desde el principio hay una idea que son todas las ideas, pero a la que siguen otras sensaciones, otras nociones que, solo al final, revelan al hombre pensándolas.

Un personaje contempla las hojas sobre una mesa que, en apariencia y solo en apariencia, son inofensivas. Un muro ya no es solo una palabra, sino la palabra imposible. Cuando leo: “ácida, metálica, inevitable”, pienso que se puede referir a la vista fatal de la persona amada; pero en el marco de esas historias es una hemorragia. Pero eso, desde el principio, como les dije significa otra cosa.

Pallares, Historias cercanas

En la solapa del libro me encontré un hincha de Deportivo Quito, serio, que fija la mirada en el lente. “Bajón”, pensé. Luego, cuando con José nos encontramos en una entrevista de radio, también me encontré con un autor que decía que esos cuentos ya no serían lo que escribiría.

Yo, sin embargo, doy en las primeras páginas con un cuento acerca del rencor, un sentimiento, aguzado por la rutina o el oficio, que fortifica y al mismo tiempo aplaca una venganza. La siguiente historia habla de un homicidio, real o supuesto, pero de cualquier manera desequilibrante.

Las historias parece que son un montaje que ha dejado un margen estrecho para la elucubración, porque cada cuadro parece perfectamente real.

La lectura es fácil de asimilar y entretiene, son historias cercanas como lo dice el título. Esa cercanía no es, en lo absoluto, inofensiva, porque encierran el gusto y el oficio de la escritura y son, finalmente, una manera de (re)significar la realidad más familiar.


Silva, Caín y los olvidados

En esta solapa no hay sorpresas.

Sí las hay cuando se lee las primeras líneas. Hay la huella de un bagaje poético. Todos tienen uno; pero no en todos los casos la intensidad de la poesía puede percibirse. Puede notarse que la madurez (esta quizá no es la palabra más adecuada) se ha alcanzado, porque se trata de un autor que ha aprendido a leer en los símbolos.

En este sentido, Caín no es un asesino a sangre fría; sino el ser humano al que le corresponde la tarea terrible de introducir la muerte en la Tierra. Tiene la responsabilidad que no puede tener nadie, sino él: le corresponde abrir la caja de Pandora y dejarles un lugar a todos los demonios.

Las historias toman lugar de manera que no es fácil discernir un significado, salvo por los nombres y los sentimientos que se repiten. La voz que las cuenta es una voz que ha vivido más tiempo que las historias mismas, si hay un sentido, es aquel que proporciona las imágenes.

El final está al principio: mejor dicho el principio está al final, pero siempre es más antiguo.


Jimbo, El enemigo en casa

Recuerdo que siempre me gustó la referencia que una guía de viajero hacía sobre Asunción. Decía que esa ciudad guarda, en pleno siglo XXI, el aire de “remotez” (la palabra no existe, pero viene de remoto) que Augusto Roa Bastos le dio en su novela más famosa.

Jimbo nació en la ciudad más lejana de la provincia más lejana de este país: Loja.

No lo conozco personalmente, pero creo que trae puesto el ámbito en que nació. Los arranques de alguno de sus cuentos, evocan algo perdido o suspendido en otra época, y sí: también remoto, como si fuera algo que solo puede ocurrirle a otra persona. Se podría decir que los suyos son personajes malditos, pero inocentes.

También, ciertos pasajes parecen inspirados en la tradición de ese personaje que al cabo de una noche de sueño inquieto se despierta al mundo… de su propia pesadilla.

Ahí cuando aun en el sopor hay cierta lucidez, desde el principio una luz se arroja sobre las cosas que no se pueden cambiar y ya están ahí. Porque, también, toda la verdad del mundo puede vivir camuflada en el café que preparamos, en la camiseta húmeda de la que nos deshacemos como de la última arista del sueño, lanzándola al piso, sobre el que el personaje está a punto de desplomarse.


Cáceres, La flor del frío

Jorge no lo sabe bien o al menos no como sabe ciertas otras cosas; pero mientras escribe, el control que tiene sobre sus personajes, mantiene una deuda pendiente con o saldada (no lo puedo saber) con la antropofagia. Digo esto por el epígrafe de su primer cuento.

Dice: “Prefiero un banquete de un amigo a la familia gigante”. Lo toma unos versos de no otro que Jim Morrison.

Lo curioso de todo es que feast puede ser tanto “fiesta” o “banquete”, como “festín”. Así que un poco de imaginación puede torcer la traducción para leer: “Prefiero el festín de un amigo a la familia gigante”. Hay arbitrariedad en lo que propongo, pero dos líneas arriba, en el original de Morrison se lee algo que habla de las mandíbulas que se cierran para revelarnos lo aciago de la propia existencia.

Estas historias, fuera de esta presentación algo macabra que he arriesgado, tienen la fortaleza de la voluntad, una vocación que se vuelca a escribir y ser escuchado.

Solo que esto se manifiesta caminando en la hoja de navaja de los sentimientos, siempre a punto de romperse: la traición de la amistad, el completo olvido del amor.